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04 marzo, 2008

No a la manipulación estadística

En el artículo que acompaña a la foto del niño verdugo y la niña víctima, se habla de 7.000.000 de italianas que sufren maltrato. La verdad parece una cifra muy alta pero estoy convencido de que nadie se atreverá a ponerla en cuestión, mucho menos a discutirla. En nuestro país se cifra en un 10 % de la población femenina, al igual que en Francia, y tal dato sale de una encuesta que Amaia Beranoagirre analiza aquí. Lo cierto es que la tal encuesta tanto en nuestro país como en Francia no ha recibido más que críticas por sesgada, pero para el Instituto de la Mujer, es decir para el Gobierno, esos son los datos verdaderos. Elisabeth Badinter la analiza en su libro “Por mal camino” en un capítulo que lleva el expresivo título de: Las estadísticas al servicio de un ideología, y Marcela Iacub y Hervé le Bras en un artículo publicado en Les Temps Modernes nº 623 de abril del 2003, con el título de Homo mulieri lupus?

Dicen Marcela y Hervé, “La lectura atenta de la encuesta despeja sin embargo rápidamente las dudas. Como vamos a demostrar, obtiene los resultados por una definición preestablecida de aquello que se pretende medir, jugando con la imprecisión de las palabras para inducir al engaño. El efecto de sugestión que las preguntas ejercen sobres las respuestas nos hace plantear dos preguntas: ¿Cómo, un trabajo tal, ha podido ser encargado por una institución del Estado? ¿Cómo comprender que haya sido recibido con tan poco nivel de crítica? La verdad estriba en que la encuesta no pretendía tanto descubrir como revelar y que, al mismo tiempo que venía a confirmar un sentimiento confuso, se inscribía en un discurso de legitimación de un proyecto político característico de una nueva tendencia del feminismo, que ha adquirido visibilidad en el momento de votar sobre la ley de paridad: ante la persistencia de las desigualdades entre los hombres y las mujeres, la encuesta orienta hacia una respuesta sin ambigüedad: la inferioridad social de las mujeres está sostenida por una organización de la violencia, ejercida por los hombres bajo las formas más diversas, de la que el efecto único sino el objetivo es dominar al otro sexo; entonces no se remediará esta situación más que haciendo aflorar la violencia, escondida por las víctimas y ahogada por los verdugos, y puniendo a los responsables.”

Otro tanto de lo mismo sucede con las diferencias salariales, que en esta campaña el presidente ha vuelto a sacar, aún cuando su ministro señor Caldera tuvo que desmentir en esta entrevista una noticia del mismo estilo, aparecida en el diario El País, y el desmentido fue justamente con esta frase “Por el mismo trabajo, hombres y mujeres perciben el mismo salario, el problema radica en que los hombres ocupan los puestos mejor pagados y de mayor responsabilidad”. De todos modos la efectividad del desmentido del señor Caldera ha sido tan poca que a cualquiera que preguntásemos hoy daría el dato que se repite una y otra vez en los medios de que las mujeres cobran menos

Ahora leo en El País la siguiente carta al director y me doy cuenta de lo difícil que resulta desprenderse de unos datos que por muy irreales o fantásticos que sean, se repiten machaconamente en los medios. A este buen hombre seguro que cargado de buenas intenciones había que decirle que lo que el cree a pies juntillas no es más que una falsedad y una mentira, puesto que, y en este caso más que nunca, una verdad a medias no es otra cosa más que una mentira. El estudio al que se refiere la carta había sido elaborado por una ONG con dinero público y sus conclusiones eran las que analicé en esta entrada de diciembre del 2005. Es decir habría en cualquier caso que dar el mismo consejo a ellos que a ellas ya que los porcentajes son similares.

En los tres casos nos encontramos con estadísticas ampliamente cuestionadas y cuestionables y sin embargo, sus resultados son artículos de fe para la mayoría de la ciudadanía. Podríamos preguntarnos por qué es esto así y hasta cuándo los organismos del Estado y los medios de comunicación pueden seguir dando por válidas estadísticas tergiversadas que sólo pueden inducir al error. Habría que preguntar a las organizaciones feministas qué hacen para acabar con tanta desinformación. ¿No deberían ser ellas y los institutos públicos de la mujer quienes más empeño pusieran en estadísticas veraces y de calidad? Sea como sea, lo que no tiene ninguna explicación plausible es que los organismos del Estado y el propio Gobierno manejen datos elaborados de forma tan sesgada o simplemente tan inexactos. La honestidad intelectual y la gravedad de los temas de los que se habla así lo exigen.

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