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21 diciembre, 2013

Si no puedo ser yo, que sea ese otro

El 15M supuso en su momento una llamada de atención al deterioro de la salud democrática en nuestro país y la constatación del profundo divorcio entre la ciudadanía y una clase política que, alejada del sentir y los problemas de la gente, actúa en función de sus propios y particulares intereses.

Y si en un primer momento pareció que algunas de sus reivindicaciones más sobresalientes: listas abiertas y reforma de la ley electoral, respeto a la división de poderes, supresión de las diputaciones, democratización de la vida interna de los partidos… iban a ser en alguna medida atendidas, ahora que parece anunciarse un nuevo tiempo, todo ha vuelto a su viejo cauce y a la reedición reforzada de la vieja política de turnos en la que los unos sustituyen a los otros más por hastío del electorado hacia quienes están que por el entusiasmo que despierten las políticas de quienes están llamados a sustituirles, más para evitar que salga quien no gusta que por lo que nos convenza el que votamos.   

Mientras se escenifican unas diferencias basadas en “convicciones” e “ideología” las prácticas desde el poder guardan unos parecidos que las hacen indistinguibles y, cuando los problemas e inquietudes de millones de ciudadanos son ignorados, pequeños grupos de poder se reparten prebendas y hacen y deshacen en un Estado en el que el peso del gasto público se aproxima a  la  mitad de la economía -en algunas comunidades lo supera ampliamente-, y donde el empleo en puestos de la administración regala cifras como las que Fernando Savater señala en este artículo y procedimientos como los apuntados por J.M. Laporta en este otro.  

"Si no puedo ser yo (PP), que sea ese otro (PSOE)" y viceversa, parecen decirse el PP y el PSOE en el momento actual y bien podría ser este el lema que resuma su entendimiento de estos días como estrategia conjunta para hacer frente a  la auténtica sangría de votos y expectativas de ambos en los últimos años y al consecuente cuestionamiento de la clase política que representan. Tal cosa sin embargo supone el restablecimiento de las condiciones de hacer política que han conducido a la actual desafección ciudadana hacia la misma, o dicho de otro modo,  su intención parece ser que salgamos de este período en el que había una mínima posibilidad de regeneración democrática, echando por tierra todas las iniciativas que han ido surgiendo para una mejora de nuestro sistema político.

Y eso es grave porque supone dar con la puerta en las narices a decenas de miles de ciudadanos que desde postulados pacíficos y constructivos han propuesto soluciones y alternativas al actual divorcio entre la ciudadanía y la política, entre el mundo real y el mundo de ficción interesada en que vive la clase política en nuestro país. Ese mundo que la entiende no como adecuación a lo que gente piensa y quiere, y el país necesita, sino como el ejercicio de una mayoría parlamentaria que da patente para hacer y deshacer al antojo del gobernante de turno y a actuar como verdaderos déspotas. En fin, todo indica que vamos camino de desperdiciar una nueva ocasión para evitar que una vez tras otra los políticos aparezcan a los ojos de los ciudadanos como un verdadero problema.

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