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15 marzo, 2015

Cuando Dios creó el mundo, el machismo ya estaba allí.

La expresión hablar con propiedad significa tanto saber de lo que se está hablando, como utilizar los términos precisos de modo que quede claro el mensaje, porque el lenguaje que se usa es el compartido socialmente. Se procura la claridad en la interlocución. Las palabras pertenecen a todos y lo que lo caracteriza es el respeto a su significado que está a disposición de cualquiera.

De un tiempo a esta parte y en ese estado líquido en el que las ciencias sociales y la política están inmersos, lo que con más frecuencia se estila son los términos con propietario: casta y gente o género y machismo forman parte de ellos. Términos de significado impreciso y difuso a disposición de quienes se consideran sus legítimos propietarios para usar a su gusto, y cuya significación se modula en función de lo que interese en cada momento. Y si, a veces, parecen minúsculos en otras ocasiones lo abarcan todo.

En la entrevista de Ana Pastor a Pablo Iglesias, durante buena parte de la conversación parecía insinuarse que formaría parte de la casta quien ganase más de 3.000 euros al mes, lo que no dejó de causar cierta extrañeza en la periodista, pero es que cuando buscando una mayor precisión, y luego de hacer referencia a unas declaraciones en las que Ana Botín expresaba que en relación con algunas cuestiones coincidía en el diagnóstico de Podemos, le preguntó si esta señora estaría dentro de esa categoría, Pablo Iglesias bordeo la pregunta sin una respuesta concluyente.

Con el término género sucede otro tanto de lo mismo. Gestado al calor de los debates sobre el empoderamiento de las mujeres, su significación se asoció a un nuevo orden de cosas: las llamadas perspectiva y agenda de género, indisolublemente unidas a la conquista de la hegemonía social y política de los grupos feministas lo que a su vez se identificaba con los intereses de todas las mujeres. Y así nacieron: violencia de género, brecha salarial de género,  justicia de género, etc.

Ahora hay quien pretende que se trata de un término neutro, otra forma de decir sexo, hasta el punto de que algunos cuestionarios de la administración lo usan con esa significación, aunque evidentemente tal forma de proceder no pueda identificarse con el hablar con propiedad y, más bien, lo que indique sea todo lo contrario, propiedad particular de las palabras para usarlas de forma torticera y ocultando su verdadera intención.  No se busca la claridad en la interlocución, más bien todo lo contrario. Y se hace así porque evidentemente se busca ocultar algo.

Pero os preguntareis el porqué del título y no es otro que una expresión que me surgió al comentar esta entrada de R. de Querol en la que denomina  machismo a la división sexual del trabajo, y viene a ser la mejor prueba de lo que estoy diciendo. El uso y abuso de los términos hasta imposibilitar su reconocimiento. Si la inteligencia procede por diferenciación, aquí es todo lo contrario, una palabra sirve para tildar la actitud de un maquinista de tren, al tiempo que la división sexual del trabajo –lo que la haría extensible a todos los animales sexuados- y al tiempo que una forma de ver  la justicia, la violencia, la igualdad, en suma, el mundo.

Si la ciencia avanza porque penetra en el interior de las cosas y las relaciones, descubriendo su naturaleza, sus mecanismos de funcionamiento y si acaso formulando hipótesis y en su caso leyes, en este asunto como señalo en uno de los comentarios, se procede justamente al contrario, se parte del prejuicio ideológico y se trata de acomodar todo a él, sin importar matiz, ni diferencia, ni nivel. La forma de proceder es indistinguible de cualquier pensamiento religioso en el que Dios lo explicaría todo aunque, si nadie se hubiese salido de lo pregonado por esa forma de pensar,  la humanidad se hubiera quedado en su infancia ya que ni la Tierra giraría alrededor del Sol, ni habría existido el Big Bang, mucho menos la evolución.

Si la inteligencia se amplía con la riqueza de vocabulario capaz de recoger lo que hay de singular en cada cosa, aquí, al igual que el que a todo llama: cosa, aparato o chisme, la palabra machismo sirve para todo y para nada. Aunque seguramente sí para uno de los objetivos más queridos por quien así piensa y actúa: para diferenciar, para acotar territorio, para lucir estandarte, para señalar la trinchera que señalaría dónde están los buenos y dónde los malos. De este lado ellos, del otro el machismo.

Por eso si en este país sigue habiendo inteligencia se hace necesario contestar tanta impostura, tanto retroceso mental, tanta oscuridad como se quiere verter sobre las cosas y decir que no, que ese no puede ser el camino, que ese camino nos lleva atrás, no adelante. Y se hace necesario hacerlo así si a quien eso escribe no solo le podrían encomendar escribir un capítulo de un texto de educación para la ciudadanía, sino el libro entero.

Los comentarios que escribí en la entrada son éste:

A preguntas tontas respuestas…
Recurrir al término machismo para hablar de división de tareas representa la mejor confirmación de que el pensamiento mágico no tiene porque ser exclusivo de los creyentes. El papa Francisco dice que: “El Big Bang no contradice a Dios, lo exige” y Ricardo Querol hace otro tanto con la diferencia de que su prejuicio no es religioso sino ideológico y crea una nueva terminología según la cual ya no es división de tareas sino machismo.
Ningún hallazgo científico podrá desmentir al papa Francisco porque Dios es previo a todo. Nada podrá desmentir a Querol porque el machismo es el presupuesto de partida. Cuando Dios decidió crear el mundo el machismo ya estaba allí.
Lo que caracteriza al universo es su diversidad: donde la hay aparece lo nuevo, lo distinto, lo que enriquece. También la evolución humana está jalonada de una división cada vez mayor de tareas y no solo entre los sexos. Lo que nos gusta de la humanidad es su diversidad y todos nos consideramos únicos y de hecho lo somos, incluido Ricardo Querol.
Tiene razón cuando identifica como ideológico el concepto de igualdad de género, aunque pretenda emparentarlo con otros más consolidados en las ciencias sociales. 

Y éste:


Si como dice Querol la división de tareas hace a las sociedades machistas, para cuándo la igualdad de género en las profesiones de esfuerzo y riesgo, para cuándo igual número de mujeres en la construcción o las minas, para cuándo iguales permisos paterno y materno, para cuándo igual número de maestros y enfermeros que maestras y enfermeras, para cuando igual trato ante los tribunales. 
¿Por qué estas preguntas jamás son contestadas por quienes sitúan como ideal la igualdad de género?


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